Las mujeres rurales de Quintana Roo han sido guardianas del maíz por generaciones. Hoy, con innovaciones sustentables y el acompañamiento de técnicas como Esmeralda Andrade, fortalecen su rol en la seguridad alimentaria y la conservación de la biodiversidad.
Por generaciones, el maíz nativo ha sido el corazón de la alimentación y la cultura en las comunidades mayas de Quintana Roo. Las mujeres de estas comunidades, herederas de aquellas sociedades mesoamericanas que dieron forma a los maíces nativos, han desarrollado también un sistema de selección y conservación de semillas, asegurando la continuidad de las variedades mejor adaptadas a su entorno. En sus manos, el maíz no solo es un cultivo, es un legado.
Sin embargo, hoy este legado enfrenta amenazas. Los altos costos de producción, la competencia con sistemas de producción menos diversificados y la creciente presión del cambio climático han puesto en riesgo la biodiversidad del maíz nativo.
En respuesta a estos desafíos, el proyecto Seguridad alimentaria y nutricional para comunidades rurales del estado de Quintana Roo, impulsado por el Gobierno estatal y el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), trabaja para fortalecer la productividad agrícola, la conservación de las semillas y la sostenibilidad del sistema milpero. Y en el centro de esta colaboración, nuevamente, están las mujeres.
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En Quintana Roo, el 74% de las unidades productivas agrícolas emplea semillas de maíz nativo o criollo. Este dato confirma que el estado es un bastión de la conservación de esta riqueza biológica. Sin embargo, otro dato es igual de revelador: apenas el 17.9 % de las unidades de producción agropecuaria en la entidad están encabezadas por mujeres, de acuerdo con el Censo Agropecuario 2022 del INEGI.
A pesar de que tradicionalmente han sido las guardianas de la semilla y las principales responsables de su almacenamiento y comercialización en los mercados locales, la brecha de género en el sector agropecuario sigue siendo evidente.
Para cambiar esta realidad, el proyecto ha puesto énfasis en la formación de mujeres productoras, dotándolas de conocimientos científicos y herramientas técnicas que les permitan mejorar la productividad y la comercialización de sus cultivos.
Además, se han establecido casas de semillas comunitarias y parcelas de multiplicación de maíz criollo, donde las productoras pueden intercambiar semillas, conocer prácticas agronómicas mejoradas y fortalecer sus redes de apoyo.
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Esmeralda Andrade, una de las técnicas del proyecto, es una promotora de esta integración entre el conocimiento tradicional y la ciencia. «Muchos de nuestros productores cultivan maíces nativos y usan el calendario lunar para realizar actividades de siembra y manejo y han adoptado innovaciones como el arreglo de siembra óptimo, el tratamiento de semillas y el manejo agroecológico de plagas», comenta Esmeralda, ejemplificando cómo la innovación fortalece la tradición.
Esta combinación de conocimientos permite fortalecer la seguridad alimentaria y reducir la vulnerabilidad de las comunidades ante el cambio climático. «Una de las principales transformaciones es que las y los productores ahora tienen una visión más sostenible, entienden más la importancia de la conservación del suelo y la calidad de los productos agrícolas», añade.
El proyecto también ha sido un espacio para romper barreras de género dentro del sector agrícola. Como mujer técnica, Esmeralda ha experimentado los desafíos de trabajar en comunidades donde las decisiones sobre la producción agrícola han sido tradicionalmente dominadas por los hombres.
«En la zona donde me encuentro, debido a los usos y costumbres, mayormente quienes asisten a reuniones y talleres son los varones, por lo que muchas veces me cuesta interactuar con ellos», explica. No obstante, el apoyo de los líderes comunitarios ha sido clave para abrir camino.
Gracias a este trabajo, cada vez más mujeres productoras están participando activamente en la toma de decisiones sobre la producción y la seguridad alimentaria de sus familias. «Definitivamente, el impacto que han tenido las mujeres técnicas se deja notar ya que hay más participación de las mujeres rurales en temas de producción y educación financiera.
Esto permite que en los hogares rurales se integre un trabajo en equipo donde ahora la mujer no solo ayuda a los trabajos del campo, sino que también toma decisiones para la producción y la seguridad alimentaria de su familia», destaca Esmeralda.
El proyecto «Seguridad alimentaria y nutricional para comunidades rurales del estado de Quintana Roo» no solo busca mejorar la productividad y el acceso a mercados, sino que también está plantando una semilla de cambio en el rol de la mujer dentro del sector agropecuario.
Al brindarles herramientas para fortalecer su papel como guardianas del maíz, también se está fortaleciendo su autonomía económica, su participación en la comunidad y su capacidad de decidir sobre el futuro de la agricultura en la región.
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«Mi mensaje para otras mujeres interesadas en convertirse en técnicas o en líderes dentro del sector agroalimentario es que no olviden su valía y habilidades, pero sobre todo que se sientan seguras y acompañadas en cada paso que den. Aún queda mucho camino por recorrer», concluye Esmeralda.
Con proyectos como este, las mujeres rurales de Quintana Roo están demostrando que la mejor forma de asegurar el futuro del maíz es apostando por su propia formación, su organización y su empoderamiento. Y así, el legado del maíz nativo seguirá floreciendo en sus manos.
Fuente: CIMMYT/ Fernando Morales Garcilazo
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