Pese a ser la capital de un país en guerra, Kiev vive en una aparente normalidad y tranquilidad, lejos de la línea de frente a unos 800 kilometros.
Los ciudadanos siguen yendo andando a sus ocupaciones habituales o al trabajo, los puestos callejeros ocupan de nuevo las aceras y los atascos de coches a las horas puntas muestran la imagen de una vida casi normal.
El metro ya no es un refugio contra los bombardeos rusos sino de nuevo un medio de transporte habitual.
La ciudad solo se calla a las once de la noche con el toque de queda que dura hasta las cinco de la mañana.
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