Colaboración de Carlos Urdiales
Decisiones económicas sensatas con altos costos políticos. 2016 será otro año recortado, igual que 2014 y 2015, el panorama más optimista entre los responsables administrativos del Gobierno Federal, vislumbra un 2017 inercial en materia presupuestaria y altamente restrictivo hacia el último año de la presente administración, es decir, un 2018 austero y electoral. No hubo, no hay y no habrá.
Otro ajuste preventivo en el gasto público para este año, ahora de 132 mil millones de pesos, de los cuales a Pemex le tocará 100 mil de ellos, a la CFE 2.5 mil mdp más, el resto será dispersado entre toda la administración pública federal.
Programas sociales, de educación, salud y seguridad no se tocan. La medida obedece en toda la línea a la disciplina macroeconómica que dicta, no contraer más deuda mientras se hace frente al desplome en los precios del petróleo, a la paralela y prolongada apreciación del dólar, al descenso de la actividad industrial en Estado Unidos y a la volatilidad financiera que campea por el mundo.
El nuevo recorte, junto al incremento de 50 puntos base en la tasa de interés de referencia del Banco Central (de 3.25 a 3.75 por ciento) más, la suspensión del mecanismo de subastas de dólares para amortiguar la flotación peso-dólar, mostraron ayer algunas primeras reacciones positivas, sin embargo, falta observar las reacciones de fuerzas económicas tanto a nivel local como global, el pacto entre los grandes productores de crudo y su efecto en los petro precios.
Aquí se busca controlar la inflación asumiendo expectativas de crecimiento menores. Proteger las reservas. Encomendarse a la aplicación de la ortodoxia y el rigor financiero. Sino hay más ingresos, solo queda recortar los egresos. Ley universal, en lo macro y en lo micro.
La historia en la conducción de la política hacendaria en México está repleta de episodios donde proteger a un funcionario, a uno o varios prospectos presidenciales han normado los criterios para devaluar, endeudar, acatar criterios de mínima responsabilidad o mandar todo al diablo y privilegiar impactos inmediatos e internos.
En el sexenio de Luis Echeverría la economía dejó de manejarse en Hacienda, pasó a Los Pinos, así fue y así nos fue. Con José López Portillo, presidente ungido desde la SHCP, el anecdotario es tan amplio como trágico. El error de diciembre de 1994 y los alfileres de los que pendía la viabilidad financiera de la Nación, la ligereza con que efímeros funcionarios los hicieron volar, condenó a generaciones de mexicanos, le han valido al país, décadas de deuda social, historia sinfín.
Con el anuncio de ayer y en perspectiva, se postergan glorias a las que, legítimamente, aspira todo funcionario público, toda administración. Se privilegió la sensatez sobre proyectos políticos afectivos y personales. Sexenio reformador, de base para futuras cosechas y aprecios.
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